07 de novembre 2007

Landrú

Mi padre tenía un perro blanco que siempre estaba sucio. Le cuidaba la ebanistería los fines de semana, especialmente los domingos que no trabajaba. Siempre había alguna remesa de taquillones que entregar los lunes. Cómo odiaba yo esa palabra. Entregar. Nos dejaba sin playa, la muy cabrona. Aunque ese domingo casi seguro caía un brazo de gitano de nata en casa, y una caña de crema para mi. Que por bien no venga. No hay mal.

[Y a los lunes, déjalos ir, también. Eran días lerdos. Estaban compinchados con los colegios. Y no hablemos de los martes, fundamentalmente, el día más tonto de la semana; o de los fríos miércoles; de los jueves, siempre jodiéndonos. Sin embargo, no puedo decir ni mu de los viernes. Lo siento. Nótese, que los días laborables, además de ello, son bastante traicioneros. Tú dices un día... lunes, martes, miércoles, jueves... pero no son uno, joder, que son varios. Duran veinticuatro horas, vale, pero te atacan por la espalda. Suerte que el sábado y el domingo son días mucho más razonables. Festivos. ]

Landrú era un animal antiguo de lunes a domingo. Circulaba por el taller a otra velocidad. Calculo que debido a su tendencia al sedentarismo y a su dieta, extremadamente rica en calcio, ya que por aquel entonces todavía no se había inventado el pienso. Pero os juro que ese bicho existía. Era un anticipo de Satanás. Tenía los ojos rojos y la mirada de fuego. Apenas ladraba. La mera idea de su presencia intimidaba a los ladrones de gúbies. Era un can gitano que no llegó a nuestro mundo por casualidad. No sé si lo sabéis, pero los perros de pequeños tienen droga. No se os ocurra jamás coger un perrito en brazos, y mucho menos llevarlo a casa. Sobretodo si tenéis niños... habréis entrado en la dimensión desconocida. Es un viaje sin retorno, amigo Félix.

Era mezcla de pastor alemán y monstruo de la nieves. Una especie de yetti pero que muy flamenco. Si se aguantaba sobre sus patas traseras era más alto que el Señor Vicente, un tallista gallego, y hombre de confianza de mi padre, que se sacó el carnet de conducir a la 42ª vez. Después de años y años de prácticas. Eso sí, alardeando siempre de que la teórica a la primera, la teórica a la primera. El mismo individuo que el primer día que estrenaba coche, un 1430 rojo 4 puertas, se la pegó contra una farola en la calle Hospital esquina Riera Baja. Nunca mais.

Pues un día, ahora no recuerdo concretamente cual, podría bien bien haber sido un domingo, por ejemplo, mi padre se llevó al Landrú lejos. Muy lejos. A las montañas, dijo. Al Puigmal, imaginé yo con mi Atlas Aguilar abierto por los Pirineos. Pero nunca llegué a saber a ciencia cierta el por qué de tal decisión. Que si se portaba mal, que si mordía, que si estaba muy enfermo... Una arbitrariedad paternal como otra cualquiera. Mi padre tenía 33 años y 3 hijos.

Pero a los cinco o seis días el Landrú volvío. Y mi padre estaba contento.

Y un día se murió de viejo. El perro.

Mi padre va a hacer 70 años en Abril y es la flor que más quiero.

Per Sir Charles Martins.

1 comentari:

Prisamata ha dit...

invitas a la Jou a una previa y a mi no me dius res?

que te meto, colometo...

a mi esa es la canción que mas me gusta de los Sopa